En homenaje a la poeta Delmira Agustini, asesinada a manos de su ex marido el día 6 de julio de 1914, a los 27 años de edad.
Hoy desde el
gran camino, bajo el sol claro y fuerte...
Hoy desde el gran camino, bajo el sol claro y fuerte,
muda como una lágrima he mirado hacia atrás,
y tu voz de muy lejos, con un olor de
muerte,
vino a aullarme al oído un triste "¡ Nunca más !"
Tan triste que he llorado hasta quedar inerte...
¡ Yo sé que estás tan lejos que nunca volverás !
No hay lágrimas que laven los besos de la Muerte...
- Almas hermanas mías, nunca miréis atrás !
Los pasados se cierran como los ataúdes,
al Otoño, las hojas en dorados aludes
ruedan... y arde en los troncos la nueva floración...
-...Las noches son caminos negros de las auroras...-
Oyendo deshojarse tristemente las horas
dulces, hablemos de otras flores al corazón.
Delmira Agustini De "Elegías dulces"
Biografía
Fuente:Centro Virtual Cervantes
Hija
de Santiago Agustini y María Murtfeldt, Delmira -«la Nena» para sus padres-,
nació en Montevideo (Uruguay) el 24 de octubre de 1886. Se educó en el hogar,
como solían hacerlo entonces las señoritas de la clase media alta, y recibió
clases de francés, piano, pintura y dibujo. No obstante, la dedicación casi
religiosa de sus padres para que a Delmira no le faltara nada en la edificación
de su cultura, tuvo que ver con la extraordinaria sensibilidad y la
inteligencia que desde muy pequeña ella demostró poseer. A los cinco años sabía
leer y escribir correctamente, a los diez componía versos y ejecutaba en el
piano difíciles partituras. Estas cualidades fueron muy valoradas por sus
progenitores quienes, según algunos, sobreprotegieron a la futura poeta. A lo
largo de su infancia, el contacto con otros niños fue escaso, razón por la cual
creció en un ambiente introvertido y callado. Pasaba largas horas, a veces
días, ensimismada en el placer de la lectura, la escritura, el piano. Incluso
siendo ya una adolescente, tuvo muy poco contacto con las otras muchachas de su
edad. De acuerdo a algunos testimonios, prefería dedicar su tiempo a
actividades intelectuales y artísticas, y no le interesaban las reuniones
sociales, que consideraba frívolas. Más tarde establecerá contacto con algunas
de las figuras intelectuales más sobresalientes de la época, figuras casi todas
mayores que ella: Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Julio
Herrera y Reissig, Manuel Ugarte, Samuel Blixen (editor del semanario cultural Rojo
y Blanco), entre otros. Su tiempo libre solía pasarlo junto a sus padres
dando largas caminatas por el parque, o con su gran amigo de la infancia, André
de Badet.
A
partir de 1902, a los dieciséis años, empieza a publicar sus primeros poemas en
la revista La Alborada. Al año siguiente, esta misma revista la
invita a colaborar en una sección que ella misma bautiza con el nombre de «La
legión etérea» y que firma con el pseudónimo de Joujou. En esta sección,
Delmira se ocupa de hacer retratos de mujeres de la burguesía montevideana que
sobresalen en lo cultural y/o lo social. Se trata de siluetas excesivamente
ornamentales del más puro gusto modernista. Entre estas semblanzas sobresale
una dedicada a la poeta María Eugenia Vaz Ferreira.
En
1907 publica su primer poemario, El libro blanco(Frágil) que
fue muy bien acogido por la crítica. El éxito literario de Delmira Agustini
correrá parejo a la fama de su belleza. Es importante señalar que el ambiente
montevideano en el que Delmira vivió y publicó su poesía estaba marcado por
fuertes contrastes. Por un lado era puritano y conservador, especialmente en lo
referente a la sexualidad y la diferencia entre los sexos. Pero también era
libertario y progresista; por ejemplo, durante los gobiernos de Battle y
Ordoñez (1903-1907, 1911-1915) se llevaron a cabo reformas importantes, como el
decreto de la primera ley de divorcio del continente (1907) y la creación de la
Universidad de Mujeres (1912). Se trataba, pues, de una atmósfera ambigua, algo
que incidió en la forma en que la crítica acogió su escritura. Aunque su
talento fue elogiado, su temática explícitamente erótica no encajaba dentro de
los estereotipos femeninos de la época, los cuales enfatizaban el perfil de lo
que «tenía» que ser una mujer, especialmente una joven soltera y virgen.
Sorprendidos y desconcertados, la mayoría de los críticos intentaron neutralizar
su voz, enfocando la atención en su persona -una muchacha físicamente bella- e
insistiendo en su aura etérea. De esta forma nació, entre sus contemporáneos,
el mito Delmira, uno que incluía tanto a la «niña virginal» como a la «Pitonisa
de Eros»; un mito que intentaba explicar «el milagro» de su escritura como
producto del instinto, pasando por alto su intelectualidad. De allí se
comprende lo que Carlos Vaz Ferreira le escribe en una carta: «No debiera ser
capaz, no precisamente de escribir, sino de "entender" su libro. Cómo
ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir lo que ha puesto en ciertas poesías
suyas.».
En
1910 publica su segundo libro,Cantos de la mañana. Para entonces su
prestigio como poeta es considerable e incluso llega a ser elogiada por Rubén
Darío, a quien conoce en 1912 durante una visita de éste a Montevideo; el encuentro
provoca un intercambio de cartas. Asimismo, en su casa recibe las visitas de
varios escritores e intelectuales atraídos por su talento, entre ellos, Manuel
Ugarte. Una vez ha despuntado el talento poético de Delmira, su familia apoya
su vocación de forma completa; el padre pasa a limpio los poemas tomados de los
cuadernos y hojas sueltas de su hija, y lo mismo hará su hermano Antonio. La
madre la sobreprotege y procura mantenerla alejada del trato social, incluso
cuando ya es una poeta célebre que todos requieren: cuando la visitan, la madre
siempre está presente en la sala, algo que no asombra teniendo en cuenta las
convenciones de la época. A pesar de las reseñas desfavorables de críticos y
biógrafos en cuanto a la relación con sus padres -derivadas de los comentarios
recogidos de las cartas de su ex marido, un testigo dudoso- la estudiosa
Magdalena García Pinto asegura que Delmira en realidad siempre vio en ellos una
«lealtad solidaria», y sostiene que no ha identificado señales de desarmonía al
revisar la correspondencia familiar.
En
febrero de 1913 publica su tercer libro de poemas, Los cálices vacíos,
poemario más abiertamente erótico que los anteriores, algo que provoca un
escándalo social que luego pasa a la murmuración incesante en torno a la joven
poeta y su atrevimiento. Los poemas resultaron especialmente escandalosos no
sólo porque su autora fuera una joven soltera -léase virgen- sino también, y
sobre todo, porque en ese momento se consideraba impropio que la mujer fuera
sujeto de deseo, es decir, podía ser únicamente objeto deseado. De allí lo
excepcional de sus versos: Delmira se apropia de elementos culturales de la
época pero para perfilar un nuevo y complejo sujeto femenino, un sujeto que
posee por sí mismo un erotismo personal y diferente a aquel impuesto por la
tradición literaria masculina. En pocas palabras, subvierte imágenes y
conceptos de la tradición modernista para hablar de sus experiencias como
mujer. Por otro lado, en Los cálices vacíos, Delmira anuncia, en
una nota «Al lector», que está preparando un nuevo poemario que se titulará Los
astros del abismo y el cual considera será «la cúpula» de su obra.
Estos poemas, los más oscuros y barrocos, fueron publicados póstumamente en la
edición de sus Obras completas de 1924 bajo el título general
de «El rosario de Eros».
Hasta el día de hoy no se sabe con seguridad cuándo conoció Delmira a su
futuro marido, Enrique Job Reyes, quien no pertenecía al ámbito intelectual ya
mencionado. Lo que sí consta es que hacia 1908 él ya la visitaba. Al principio,
el romance se mantuvo en secreto ya que aparentemente la madre se oponía a esta
relación amorosa, lo que indica que, contrariamente a lo que señalan sus
biógrafos, su madre no controlaba su voluntad.
Después de cinco años de noviazgo, la pareja finalmente se casa el 14 de
agosto de 1913.
Un año mayor que Delmira, Reyes era,
según testimonios, un joven guapo, de figura atlética y talante seguro, pero de
una naturaleza emocional un tanto agresiva y sobre todo, alguien acostumbrado a
dominar. Provenía de una familia acomodada de la provincia de La Florida y,
cuando conoció a Delmira, estaba involucrado en el negocio de la compra y venta
de caballos. Sin embargo, lo que se debe destacar es que Reyes nunca le dio
importancia al talento poético de Delmira, más bien lo consideraba una
«debilidad» de soltera; solía decir que, una vez casados, se encargaría de ver
que abandonara la escritura. Pero Delmira venía publicando poesía desde los
dieciséis años: era, sin duda, su gran pasión. No obstante, a pesar de lo
obvio, Reyes no supo darse cuenta de que alejaría a Delmira de su lado si le
exigía que abandonara la escritura.
Adicionalmente, cuando Delmira se casa
con Reyes, la poeta ya no está enamorada de él. Para entonces ya siente un
fuerte apasionamiento por el intelectual argentino Manuel Ugarte, quien
irónicamente será uno de los testigos de la boda. Las dudas que atormentaron a
Delmira el día de su boda han quedado nítidamente reflejadas en una dramática
carta dirigida a Ugarte y escrita poco después de su separación de Reyes.
Para cuando escribe esta carta, Delmira,
quien no había soportado vivir más de un mes y medio al lado de Reyes, se había
mudado a la casa de sus padres; aseguraba haber huido de la «vulgaridad». En
noviembre de 1913, Delmira interpuso una demanda de separación aludiendo hechos
graves sufridos por la conducta de su marido. El 27 de noviembre, Reyes
respondió a la demanda negando los cargos; sin embargo, alegó que, puesto que
había sido su esposa la que había abandonado su casa y luego lo había acusado
de una conducta «impropia de un caballero», estaba dispuesto a aceptar sus
deseos ya que, bajo esas circunstancias, la vida en común le resultaría,
también a él, inaguantable. Pero esta actitud orgullosa contrastaba con la
privada, mucho más desesperada y vehemente; según André Badot, Reyes estaba
tremendamente afectado: acosaba a la poeta incesantemente escribiéndole cartas,
golpeando su ventana, suplicándole con amenazas.
Sin
duda, herido en su virilidad, Reyes no pudo soportar que Delmira no sólo lo
abandonara, sino que además inaugurara la ley de divorcio en el Uruguay. El caso
tuvo una enorme repercusión debido a que con ello se sentaba un precedente en
el continente y a que quien solicitaba el divorcio era una célebre autora de
versos eróticos. Por tanto, es fácil comprender hasta qué punto, en un medio
tremendamente machista, el marido se sentía cuestionado en su masculinidad.
Esto lo confirman los testimonios de la hermana de Reyes, Alina, recogidos en
la biografía de Clara Silva, Genio y figura de Delmira Agustini.
Por su parte, Delmira, poco después de
la separación, empieza a cartearse intensamente con Ugarte, y el sentimiento de
amor se hace cada vez más explícito. En una carta del 9 de marzo de 1914,
Ugarte le escribe: «Será vanidad o misterioso presentimiento, pero siempre he
pensado que la serpiente ondularía mejor si yo la acariciara. No sea orgullosa
y estrechémonos otra vez las manos fuertemente y déjeme que me acerque bien a
usted, que la haga crujir apretándola contra mi cuerpo y que ponga al fin en su
boca, largo, culpable, inextinguible, el primer beso que siempre nos hemos
ofrecido». Ella le responde: «Todavía me dura la embriaguez deliciosa de su
última carta. ¿Si le dijera que hoy sufro escribiéndole? Me da miedo de parecer
decirle demasiado y siento que todo lo que le diga me parecerá poco. Sin
embargo, el deseo intenso, hasta doloroso, de volver a ver su letra, lo vence
todo.».
No obstante, estando el divorcio en
pleno trámite, Delmira empieza a verse en secreto con su todavía marido en las
habitaciones que este alquila en un edificio de la calle Andes, 1206. Unos
dicen que Delmira perpetuó la intimidad con la esperanza de que el trámite de
divorcio no se viera obstaculizado. Pero el divorcio se falla el 22 de junio de
1914 y ella vuelve a visitarlo el 6 de julio, la fecha fatídica en la que,
requerida por su ya ex marido, es asesinada cuando este le dispara dos tiros a
la cabeza y a continuación se suicida, todo en una habitación repleta de
fotografías, pinturas y otros objetos de Delmira. Ella tenía 27 años, él tenía
28, ambos de familias acomodadas, por lo que los periódicos llenaron sus
páginas con reseñas sensacionalistas. Ciertamente, la forma en que murió ha
originado un mito en torno a la figura de la poeta, uno que pervive hasta el
día de hoy.
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